En cuanto metes tu yo... ¡se desencadenan los problemas!
«Dios me concedió el don de desidentificarme de mí misma y de poder ver las
cosas desde fuera» ─dijo Santa Teresa.
Quien tenga esta capacidad, posee un
gran don, pues la raíz de todos los problemas y el mayor obstáculo que se
interpone entre la persona que quiere superarse y el objetivo que pretende
alcanzar, es el yo.
Desidentificarse significa no vernos afectados por lo que está ocurriendo,
vivir las cosas como si le sucedieran a otro; pues, en cuanto metemos nuestro
yo en cualquier interacción personal, en cualquier situación, tenemos que
prepararnos para sufrir.
Vivir desidentificados es vivir sin apegos, deconectados del ego, que es el que
genera egoísmo, deseo y celos. Por su causa, llegan a nuestra vida todos los
conflictos.
Otra de las cosas que nos causa conflictos es creer que estamos en posesión de
la verdad. Cada religión cree tener el monopolio la verdad, ser la única, la
exclusiva.
Lo que sucede es que les causa temor reconocer que hay algo de
verdad en cada una y en todas ellas.
Si viviéramos desidentificados de nuestras creencias, no nos preocuparíamos por
lo que tengan de acertado o por las grandes fallas que contengan. Las creencias
pueden cambiar. Lo esencial es que descubramos lo que hay dentro de nosotros,
pues eso es lo que nos impulsa a buscarla verdad; porque, en última estancia,
la verdad es de todos.
Necesitamos despertar. Y despertar significa que tenemos que darnos cuenta de
que no somos lo que creemos ser. Esto es: necesitamos desidentificarnos. Y,
¿cómo se consigue esto? Pues reflexionando sobre quién es el responsable de
nuestras tribulaciones, ¿la forma en que estamos programados o todo lo que es
exterior a nosotros?
Cuando uno se aflige, lo primero que se nos ocurre hacer es cambiar lo que hay
en nuestro entorno para que se ajuste a nuestra programación, pues creemos que
eso solucionará nuestros problemas. Y como los conflictos siguen atosigándonos,
la frustración viene a sumarse a nuestra aflicción y el problema no sólo no se
resuelve, sino que se agranda.
Si el problema viene de la manera como programamos nuestra vida, las cosas no
van a mejorar si sólo cambiamos el exterior o esperamos que cambien los demás.
Lo que tenemos que hacer es desprogramarnos. Configurar nuestra vida de acuerdo
con otros criterios o, por lo menos, tratar de detectar con claridad de dónde
vienen los problemas.
Si cambiamos nosotros y nos abrimos a la realidad, veremos cómo todo cambia a
nuestro alrededor; pues es nuestra mente la que estaba equivocada.
Al cambiar
la mente y aceptar la realidad como es, cambia nuestra manera de ver las cosas
y nuestra forma de vivir y empezamos a llamar a cada objeto y a cada situación
por su nombre.
Hay una frase que da mucha luz sobre este tema:
«No tienes que alfombrar toda
la Tierra para que tu pie no se lastime; basta con que uses un buen calzado».
Cuando te deshagas de tus alucinaciones, te darás cuenta de que la felicidad
siempre estuvo en ti. Fue cuando se metieron los miedos, los deseos, los
mecanismos de defensa, cuando la felicidad se fue ahogando. Darnos cuenta de
esto es dar un gran paso.
Cuando las exigencias y los problemas saturan nuestra vida, no se puede amar,
ni se puede encontrar, no digo la felicidad, ni tan siquiera un poco de
tranquilidad. Se la pasa uno defendiéndose de lo que creemos que nos está
atacando. En ese estado, lo que creemos que es amor es sólo egoísmo, afecto a
nuestro ego, interés propio.
Nos sentimos tan mal y nos acosan tantos miedos, que sólo nos mirarnos a
nosotros mismos, nos vigilamos con recelo porque, en verdad, tampoco nos
amamos.
Si nos la pasamos poniéndonos condiciones a nosotros mismos, ¿cómo no vamos a
ponérselas a los demás? Amor es generosidad, altruismo. Lo que creemos que es
amor es sólo un egoísmo refinado. Un sentimiento que utilizamos para darnos
placer o para evitar sensaciones desagradables y sensaciones de culpabilidad o
para esconder en él nuestro miedo al rechazo.
Como no queremos sufrir, entonces comerciamos con lo que llamamos amor.
El día
que seamos capaces de ver las cosas como son y de llamar a los objetos y a los
fenómenos por su propio nombre, ese día comenzaremos a ver con cierta claridad.
No es que las acciones sean malas o sean buenas, todo depende de la madurez y
de la cordura del que las realiza y del criterio de quien las observa.
Libro “Autoliberación Interior” – Anthony Mello-
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